Un hermoso día
( aunque todos los días lo son), cuando mi madre ponía el pan en el horno, me acerqué a ella, que tenia la pala en la mano,la cogí por el codo enharinado, y le dije:
-Mamá... yo querría ser pintor.
>>Se acabó, ya no puedo ser empleado, ni contable. Basta.
No en vano he presentido que algo tenía que suceder.
>>Ya lo ves, mamá, ¿soy un hombre como los otros?
>>¿De qué soy capaz?
>>Yo querría ser pintor.Sálvame, mamá.Ven conmigo.
¡Vamos, vamos!. Hay en la ciudad un sitio; si me admiten y si termino los cursos, saldré convertido en un artista hecho y derecho.¡Sería tan feliz!>>
-¿Qué? ¿Un pintor?. Tú estás loco. Déjame poner el pan en el horno; no me molestes. Tengo mi pan ahí.
-Mamá, ya no puedo más. ¡Vamos!
-Déjame tranquila.
Finalmente, queda decidido. Iremos a casa del señor Pènne.
Y si él reconoce que tengo talento, entonces será cosa de pensarlo. Pero si no...
(Seré pintor a pesar de todo, me decía para mis adentros, pero por mi cuenta).
Está bien claro, mi suerte se halla en las manos del señor Pènne, al menos a los ojos de mi madre, la soberana de la casa.Mi padre me dió los cinco rublos, precio mensual de las lecciones, pero los hizo rodar hacia el patio y tuve que correr tras las monedas para poder cogerlas.
Yo había descubierto a Pènne en el momento en que, en la plataforma del tranvía que bajaba hacia la plaza de la Catedral, quedé deslumbrado por una inscripción blanca sobre fondo azul:<< Escuela de pintura de Pènne>>.
<<¡Ah!>>, pensé,<<¡ qué ciudad tan inteligente es nuestra Vitebsk>>.
De inmediato decidí conocer al maestro.
En el fondo, aquella muestra no era más que un gran letrero azul, de chapa, en todo parecido a los que pueden verse en la fachada de las tiendas.
En efecto, en nuestra ciudad, las pequeñas tarjetas de visita, las pequeñas placas en las puertas no tenían ningún sentido.
Nadie les prestaba atención.
>>Panadería y confitería Gurevich.
>>Tabaco de todas clases.
>>Frutería y ultramarinos.
>>Sastre de Arsowie.
>>Las modas de París.
>>Escuela de pintura y de dibujo del pintor Pènne...
Todo eso es el comercio.
Pero aquel último rótulo me pareció de otro mundo.
Su color azul es como el del cielo.
Y tiembla al sol y bajo la lluvia.
Después de haber enrollado mis dibujos manoseados y medio rotos, emocionado me pongo en camino hacia el estudio de Pènne, acompañado de mi madre.
Al subir la escalera, ya estaba embriagado, borracho del olor de los colores y de los cuadros.Retratos de todos lados.
La mujer del gobernador de la ciudad. El gobernador mismo.
El señor L... y la señora L..., el barón K... con la baronesa y muchos otros.¿Los conocía?.
Estudio atestado de cuadros, desde el suelo hasta el techo. Sobre el entarimado también hay amontonadas pilas de papel y rollos. Sólo queda libre el techo.
En éste, la telaraña y la libertad absoluta.
Por aquí, por allá, veíanse elementos que servían de modelo para el dibujo y la pintura, cabezas griegas, brazos, piernas, adornos, objetos blancos, todo cubierto de polvo.
Instintivamente, siento que el camino de este artista no es el mío. No sé cuál es.No tengo tiempo de pensar en ello.
La vivacidad de las figuras me sorprende.
¿Es posible?.
Al subir la escalera, toco aquellas narices, aquellas mejillas.
El maestro no está en casa.
No diré nada de las expresiones y de los sentimientos de mi madre, que se encontraba por primera vez en el estudio de un artista.
Lanzaba ojeadas hacia todos los rincones, dirigía dos, tres miradas a las telas.
De repente, se vuelve hacia mí y,casi suplicante, pero con voz clara y nítida, me dice:
-Hijo mío, entonces... Ya lo ves; tú no podrás hacer nunca cosas como ésas. Volvámonos a casa.
-¡Esperemos, mamá!
Por mi parte, ya he decidido que no haré nunca cosas así. ¿ Hay que hacerlas?
Se trata de otra cosa. Pero, ¿de qué? No lo sé.
Esperamos al maestro. Él debe decidir mi suerte.
¡ Dios mío! Y si está de mal humor, sentenciará con sequedad:Eso no vale nada.
(Todo es posible, ¡prepárate, con mamá o sin ella!).
No hay nadie en el estudio. Pero en la otra habitación alguien se mueve. Un alumno de Pènne, sin duda.
Entramos. Apenas se da cuenta de nuestra presencia.
-Buenos días.
-Buenos días, si quieren ustedes.
Sentado a horcajadas en una silla, está pintando un estudio.
Eso me gusta.
En seguida, mamá le formula una pregunta:
-Dígame, por favor, señor X...¿qué es eso de la pintura?
¿No está mal, verdad?.
-¡Eh!¿cómo dice?...Ni tienda, ni mercancía...
Desde luego, no cabía esperar una respuesta menos cínica y menos vulgar.
Era suficiente para persuadir a mi madre de que ella tenía razón y para verter en mí, chiquillo tímido e irresoluto, unas gotas de amargura.
Pero el querido maestro llegaba.
Carecería de talento si no os lo pudiera describir.
Que sea pequeño, eso no importa. Su silueta no deja por ello de ser más íntima.
Los extremos de su chaqueta penden formando ángulos hacia sus piernas.
Flotan a la derecha, a la izquierda, hacia arriba, hacia abajo y, al mismo tiempo, la cadena del reloj les sigue en su movimiento.
Su barbita rubia, puntiaguda y móvil, traduce ora la melancolía, ora un cumplido, un buenos días.
Nos adelantamos unos pasos. Él saluda de un modo negligente. (El saludo atento es para el alcalde y los ricos).
-¿Desean ustedes?.
-Bien, no sé, yo...él tiene deseos de llegar a ser pintor...Está loco, ¿verdad?.Mire usted por favor, los dibujos que hace...Si tiene talento, todavía valdrá la pena que tome lecciones, pero sino...Vámonos a casa, hijo.
¡Pènne ni siquiera pestañeó!
(¡Hombre malo, pensé, pestañea, por lo menos!)
Hojea maquinalmente mis copias de Niwa y murmura:
-Sí...tiene disposición...
>> ¡Vaya, vaya...!, pensé yo a mi vez.
Ciertamente,mi madre apenas comprendía mejor que yo.
Pero en cuanto a mí, aquello me había bastado.
Fragment del llibre "Mi Vida" de Marc Chagall.
Traducció de Juan Godó.
Parsifal Ediciones.Barcelona 1989.
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